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30 —Pero yo soy la misma burra que has montado toda tu vida—le contestó la burra—. ¿Alguna vez te he hecho algo así?

—No—admitió Balaam.

31 Entonces el Señor abrió los ojos de Balaam y vio al ángel del Señor de pie en el camino con una espada desenvainada en su mano. Balaam se inclinó y cayó rostro en tierra ante él.

32 —¿Por qué le pegaste a tu burra tres veces?—le preguntó el ángel del Señor—. Mira, he venido a impedirte el paso porque con terquedad te me opones.

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